domingo, 14 de junio de 2020

Núcleos y catálisis

Abril Chiro Tarrab 

Comisión 07

Profesor: Santiago Castellano

Consignas:  Teniendo en cuenta lo que señala Barthes respecto de la catálisis, o sea que la catálisis despierta sin cesar la tensión semántica del discurso y que estas  disponen zonas de seguridad, descansos, lujos que no son inútiles, incorpore al menos tres catálisis en el cuento “Los amigos” de Cortázar (una que sea un diálogo, las otras descripciones). Justifique en un texto aparte su expansión (de modo sencillo, simplemente por qué resultaba operativo incorporarlas en ese momento de la historia o qué podían agregarle al lector, entre otras posibles). color

A su vez, considerando lo que dice también Barthes en torno de los núcleos, esto es, que “la supresión de uno de los núcleos produce la alteración de la historia”, modifique alguno de esos núcleos en el cuento “Los amigos” de Cortázar de modo que la historia cambie. (Si se anima, por supuesto, puede cambiar el final del relato.) 

Trabajo individual

Primera escritura


NUEVA VERSIÓN DEL CUENTO “LOS AMIGOS” DE CORTAZAR 

Los amigos

          En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Bel­trán recibió la información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mien­tras se bañaba en su departamento, escuchando el no­ticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pen­sar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas infor­maciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza de la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a en­contrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido —y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo— todo quedaría despa­chado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido.

Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Casi se olvida de algo, pero lo coge de su cajón bajo llave antes de salir.  Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apre­taba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia.

         A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Romero se detuvo para revisar la hora en su reloj, sin importar los años, no parecía haber perdido su puntualidad. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda.

Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorpren­dido.

¡Viejo amigo! ¡Cuanto tiempo! Mentiría si dijera que no esperaba encontrarte por acá.”- exclamó Beltran 

“Beltran, que bueno verte. ¿Cómo es eso de que esperabas encontrarme?”- pregunto Romero extrañado.

“Será mejor que no te lo explique, prefiero que un saludo de un viejo camarada sea lo último que escuches.”- exclamó el asesino. 

Explicación:

Anadi la primera catálisis para hacer énfasis en el objeto que Beltrán casi olvida antes de salir a la escena del crimen. Si bien no está explicitado, abre a la imaginación del lector a creer que ese objeto, podría ser un arma, ya que se encuentra bajo llave. 

La segunda catálisis permite introducirse un poco en el personaje de Romero, la víctima, quien revisa en su reloj sus supuestos últimos segundos de vida. 

El diálogo permite que el lector se adentre en el momento clave de la historia, en donde se definirá si Beltran decide o no salvar a su viejo amigo. Sus palabras chocan con un aire irónico, dejando ver que su compromiso con número uno ha ganado la pelea. 

Por ultimo, decidi eliminar el final, siendo uno de los núcleos del cuento, para librar el final a la disposición del lector.


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